Localidad: Llano de Bureba

Fecha: 14 de Septiembre

No hay pueblo en Castilla, por muy pequeño que sea, villa, aldea, villorrio, que no celebre sus fiestas patronales, su fiesta grande, su función.

Todo pueblo tiene su iglesia parroquial y esa iglesia tiene su santo o santa titular, que es su Patrono o Patrona y para honrar al Santo Titular se celebran las fiestas patronales.

EucaristíaMuchos pueblos celebran sus fiestas al término del verano en el apacible tiempo del otoño, como acción de gracias por la cosecha y los frutos recogidos. Otros la celebran en el transcurso del año en la fecha que, según el calendario y el santoral, se celebra la festividad del Santo Titular de la Parroquia; otros pueblos, en los últimos tiempos, han ido trasladando sus fiestas al final del verano, fechas en las que acuden al pueblo los veraneantes y hay mayor afluencia de personas con motivo de las vacaciones veraniegas en su patria chica.

En los pueblos pequeños, aldeas, granjas, villorrios, etc, las fiestas son sencillas, pero se celebran todos los años, con presupuesto más o menos elevado, con mayor o menor solemnidad, pero se celebran.

Las fiestas de estos pequeños pueblos, que no figuran en los calendarios turísticos, suelen repetir siempre el mismo esquema sencillo: Misa, Mesa, Baile y jolgorio. La Misa con procesión y sermón de campanillas. La procesión por las calles del pueblo recién barridas y adecentadas. La mesa bien surtida de buenos manjares, con excelente gastronomía popular, muchas veces expresada en recetas no escritas, pero guardadas en la tradición de abuelas a nietas, gastronomía a base de los productos de la tierra y de otros traídos para enriquecerla. Y para que rime con Misa, se simboliza con Camisa el buen vestir. Suele ser la ocasión, junto con las bodas, para estrenar trajes y vestidos y sus complementos.

Con ocasión de las fiestas acuden al pueblo los familiares e invitados, vuelven los hijos que salieron a buscar fortuna, que emigraron a otras tierras, a otras ciudades. Regresan los que no viven allí habitualmente para recordar los buenos tiempos de la niñez y juventud, para encontrarse con los amigos de aquellos años felices y en último término, para afianzar sus raíces en el seno de la familia, en la casa que los vio nacer, para revivir las costumbres que vivieron desde niños, para visitar las tumbas de los seres queridos muertos en el humilde Camposanto.

Desde tiempos antiguos, un elemento imprescindible e inseparable de la Fiesta patronal es la música: la dulzaina, el tamboril, la pandereta, la guitarra o el acordeón, después los instrumentos modernos, los conjuntos musicales con mucho aparato electrónico, guitarras, órganos y percusión y hasta su cantante vocalista que interpreta al micrófono los ritmos más de moda en los medios de comunicación, radio y TV, primeros en las listas de éxitos discográficos. La música y con la música, el baile.

Porque las fiestas de los pueblos han ido evolucionando aunque hayan mantenido el esquema sencillo y tradicional de la Misa, la Mesa, la Camisa y el Baile. En este pueblo se celebraban como Fiestas Patronales la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de Septiembre y el día siguiente, el 15, la conmemoración de los difuntos del pueblo.

Desde la infancia recordamos con nostalgia y alegría, con satisfacción y contento la celebración de "las Fiestas”, cada año, en el mes de Septiembre, los días 14 y 15. Eran los días de la Función.

Se habían terminado las duras labores de la recolección de la cosecha. Se habían limpiado las eras. Ya habían salido las quitameriendas, se había almacenado en las trojes y graneros el trigo, la cebada, y los otros granos y se había almacenado la paja en los pajares. Se había celebrado el "Ramo" tradicional al finalizar las tareas de la recolección.

Y aún habían quedado unos días de descanso para adecentar las casas, hacer la ropa necesaria, el traje o el vestido, elegir la machorra. Las mujeres solían ir a Poza, a Briviesca o a Burgos, acompañadas de los maridos o de otras vecinas a comprar los muebles y la ropa necesaria, y a "hacerse la permanente". La Sociedad de los mozos había contratado o apalabrado la "música” y comprado los cohetes...

 

Todos los preparativos culminaban el día de la víspera porque, “por las vísperas se conocen las fiestas". Se barrían las calles, se regaban para que al barrer no se levantara polvo, se quitaba todo aquello que estorbaba, carros, brabanes, aperos, etc. Se mataba la machorra, se hacía buena provisión de fruta, ya madura en las viñas, se esperaba a los convidados que empezaban a llegar durante todo el día.

Las fiestas que yo recuerdo de mi infancia, eran muy sencillas. Ni se colgaban luces de colores, ni banderitas, ni adornos. Se ponían las bombillas del "alumbrado" público que se habían roto, se barrían las calles y bastaba.

Las Hijas de María adornaban y acondicionaban la iglesia. Y los mozos por la tarde daban un extraordinario volteo de campanas que avisaban la cercanía de la fiesta y al mismo tiempo disparaban los primeros cohetes. Casi al anochecer, llegaba la "música" y empezaba a darse un pasacalle por todo el pueblo con disparos de cohetes, al son de los primeros pasodobles, empezando el ambiente festivo y festero.

El día 14, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, por la mañana, dianas, entradillas, disparo de cohetes y pasacalles. Era el día grande y principal de la fiesta

El acto fundamental era la Misa Mayor, con procesión por las calles del pueblo con la reliquia de la Santa Cruz, acompañada por las imágenes de la Virgen y San Roque, la Cruz Parroquial, el pendón llevado por los mozos. Los cantores y la orquesta interpretando música religiosa o de marcha.

Todo adquiría un tono festivo peculiar. Quien más, quien menos, todos estrenaban traje o zapatos, o vestido. Venían los curas de los pueblos cercanos a oficiar en la Misa mayor de tres y la procesión, con sus capas y dalmáticas. Y había un sermón de exaltación de la Santa Cruz. Un sermón de campanillas, que con el incienso, la música, la solemnidad de la celebración contribuían a crear un ambiente de fiesta popular con gran tradición y solera.

Los hijos del pueblo, que vivían fuera, regresaban para convivir y celebrar la fiesta en casa de los padres y familiares. Los amigos venían a compartir la fiesta y el encuentro de unos con otros, los saludos, la alegría de los recuerdos comunes también eran otro ingrediente imprescindible. Todos era bien recibidos y bien hallados, todo rebosaba armonía, contento y satisfacción

BaileTerminada la ceremonia religiosa, el Ayuntamiento y todo el acompañamiento de autoridades, sacerdotes que habían acudido a la fiesta, con la música y todos los mozos, jóvenes y la chiquillería, desfilaban por la calle Mayor hasta la Casa de Villa, a ritmo de pasodoble y con disparo de cohetes. Allí, el Ayuntamiento celebraba una pequeña recepción a las autoridades y tomaban un vino español mientras, la música, en la plaza o en las eras, amenizaba los bailes públicos para los que querían bailar. Las piezas musicales que tocaban eran casi siempre las de los años anteriores con alguna novedad que estuviera de moda: pasodobles, boleros, etc, música suficientemente escuchada o conocida por todos de otros años, y por lo tanto con mucho arraigo en el pueblo.

Los dulceros llegaban la víspera de la fiesta con mayor puntualidad que las golondrinas y montaban sus tenderetes y puestos de venta de dulces y chucherías junto al baile y los niños y los muchachos, con las propinas y los ahorrillos podían comprar dulces, caramelos, almendras, chupetes de dulce, petardos, pistones que echaban chispas al rascarlos en las paredes, buscapiés, cigarrillos de anís, bombas, baratijas y juguetes.

También ponían tablas con las dianas para el tiro al blanco con carabinas, con pistones y flechas o dardos. Esta fue durante muchos años la diversión casi exclusiva de las fiestas, además del baile y las partidas de bolos.

Las personas mayores, los adultos, al encontrarse con los parientes, amigos y conocidos, volvían a recordar sus mejores tiempos pasados. Se reforzaban los lazos familiares y de amistad y todo el pueblo disfrutaba del encuentro con motivo de la celebración de las fiestas patronales.

Durante todos los días de la fiesta, en la bolera, se disputaban reñidas partidas de bolos entre mozos, entre mozos y casados, entre los del pueblo y forasteros y siempre con la alegría y armonía que caracterizaban siempre estas partidas, a las que siempre hubo mucha afición entre mozos y casados en el pueblo. Se jugaban la bebida, que solía ser un porrón de cerveza o vino y se invitaba a beber a todos los que estaban en el juego de bolos.

Tras la buena y abundante comida, dispuesta por las laboriosas amas de casa para agasajar a los propios y a los invitados, se tomaba café y se tenía una larga sobremesa para comentar todo tipo de cosas con los invitados, familiares y amigos venidos de la ciudad y de otros pueblos.

Después, las campanas llamaban a Vísperas solemnes que se cantaban por los cantores y después se daba a adorar la reliquia, el Lignum Crucis, con lo cual finalizaban los actos religiosos del primer día de la fiesta, dando paso al baile por la tarde y noche, y las concurridas partidas de bolos.

Los chicos estaban por todo el pueblo a sus anchas, corriendo por las eras, entre el baile, tirando petardos, jugando con las chucherías que vendían los dulceros, gastando bromas a los mayores. Y no dejaban de formar corro a los puestos de los dulceros, comprando dulces y baratijas, mientras éstos vendían papeletas de las rifas que sorteaban ininterrumpidamente, cuyo premio y regalo eran unas bolsas de caramelos y almendras garrapiñadas de Briviesca. De Briviesca venía Pablo y la mujer que ponía el puesto de carabinas para el tiro al blanco y de Poza eran habituales Bernardo, Culobomba y otros.

No quiero pasar por alto una de las cosas que más me llamaban la atención en aquellos años: Durante los días de las fiestas acudían al pueblo numerosos mendigos, pobres, pordioseros, que a la hora de comer o después, pasaban por las casas pidiendo comida o cualquier otro tipo de limosna. Solían venir los pobres habituales que pasaban con frecuencia por el pueblo. Se unían ese día pobres naturales de Poza, la Facia, la Zalamera; no faltaba Pelito, que había sido pastor del pueblo en otro tiempo. Se les daba generosa limosna, comida principalmente. Muchos se quedaban en los alrededores del pueblo para pedir durante los días que duraba la fiesta.

Por la noche se prolongaba el baile hasta las horas de la madrugada en la plaza del pueblo, después de una pausa para cenar. El jolgorio era general, bailando no sólo los mozos y mozas sino también casados y casadas, pero el apoteosis lo marcaba la jota final, que como costumbre se bailaba prolongándose hasta que los bailarines se quedaban rendidos. Terminaba la música y el baile pero muchos jóvenes y mozos se quedaban por las calles o pasaban cantando y rondando, hasta que ya se acostaban cerca de la madrugada para descansar y poder aguantar el día siguiente.

El segundo día, comenzaba al son de la música, y entre disparo de cohetes. Los mozos, con los músicos al frente, recorrían el pueblo tocando las dianas y "echando las entradillas". Más adelante explicamos la costumbre de "las entradillas". Y muchos mozos se dedicaban a "dar manta" a las mazas que se habían quedado en la cama por el cansancio y el sueño. Y viceversa. Las mazas iban también a dar manta a algún mozo rezagado en la cama.

Era tradición tomar chocolate con pan tostado para desayunar y rara era la casa donde no lo tomaban.

MeriendaA media mañana, ya cercana al mediodía, sonaban las campanas repicando al toque de difuntos llamando a la misa solemne que ese segundo día se dedicaba al recuerdo y sufragio por todos fallecidos del pueblo.

Se cantaban solemnemente el Oficio de Difuntos, la misa con sermón y luego la Procesión responsorial al rededor de la Iglesia. Dos sacerdotes vestidos con dalmáticas y el celebrante con capa pluvial negra celebran estas ceremonias con total participación del pueblo.

Después de la misa continuaba el baile, el jolgorio festivo, el buen humor, la música.

Las fiestas patronales de septiembre han evolucionado muchísimo desde los años 1960 hasta hoy mismo y en estos años de inicios del siglo XXI las fiestas no son ni parecidas a aquellas de mediados del siglo pasado.

Hay que reconocer que, aparte los aspectos religiosos, la música y el baile tradicional en las eras, la suculenta comida y las continuas partidas de bolos, pocas innovaciones se habían introducido en aquellas fiestas. Ninguna novedad se apuntaba en el programa ya consabido y tradicionalmente monótono.

Sin embargo las fiestas eran alegres, había buen humor, buen conformar y armonía, lo que las hacía agradables por lo que se esperaban con ilusión y entusiasmo, pues muchos no tenían otra ocasión de escuchar música. Luego, cuando ya en cada casa había aparato de radio e incluso televisión, la ilusión por las fiestas decayó bastante.

Quizás haciendo un poco de sociología, debiéramos apuntar que muchas veces lo que más se valora es lo que no se tiene habitualmente. Antiguamente, antes de los años 1950, por poner una fecha, apenas si la gente tenía radio. En el pueblo, por aquellas fechas, había dos aparatos de radio, el de Don Juan, el Sr. Cura y el de Telesforo Arce. Nadie en el pueblo tenía gramófono, excepto un que tuvo el Sr. Demetrio Díez. No había televisión. La música se oía sólo los días de la fiesta. Los niños apenas comían dulces, sólo el día de la fiesta tenían esa oportunidad y cuando llegaba algún familiar forastero. Y otras muchas cosas no se disfrutaban más que con motivo de las fiestas y la gente las esperaba, con mucha ilusión y aprovechaban la función para disfrutar de esas pequeñas cosas.

Hoy las cosas han cambiado y todos tienen de todo durante todo el año. La fiesta tiene otro sentido muy distinto.

Leyendo las cuentas de la Sociedad de los Mozos de los comienzos del siglo XX vemos varios años que durante las fiestas, se detalla la compra de un pañuelo para ser rifado en el transcurso de las mismas, lo cual constituía una novedad y un acontecimiento. Con lo recaudado en esta rifa se costeaban en gran manera los gastos de la fiesta. Ese pequeño detalle de la rifa de un pañuelo se consideraba como una cosa extraordinaria en aquel ambiente en el que se desenvolvía la función o fiesta del pueblo. Entonces era toda una novedad.

"LAS ENTRADILLAS".-

Una costumbre imprescindible y típica dentro de las fiestas patronales era la de "echar las entradillas".

El segundo día de la fiesta, el 15 de septiembre, muy de mañana comenzaban las dianas y disparos de cohetes y se echaban "las entradillas".

AlguacilillosIban los mozos del pueblo y los mozos forasteros que lo deseaban, acompañando a la música o gaiteros contratados para la fiesta: tamboril, gaita y trompeta. Antaño sería la dulzaina y el tamboril.

Era un acto propio de la Sociedad de los Mozos, con su alcalde a la cabeza. La comitiva recorría el pueblo deteniéndose en las casas de las autoridades del pueblo: Alcalde del Ayuntamiento, Cura párroco y otros sacerdotes, Maestro, etc, e incluso a las personas de relieve social que se hallaban presentes como invitados notables en la vida social del pueblo, los militares, etc.

En principio, las "entradillas" iban dirigidas a las autoridades del pueblo. Al pasar por la casa de cada uno de ellos y advertidos por el alguacil de la Sociedad de los Mozos, los músicos tocaban la entradilla, una música característica, alegre, movida y breve, que daba entrada a un mozo que de viva voz decía:

  • A la salud de Don Fulano (Alcalde, Párroco. Maestro de Llano de Bureba, que Dios guarde muchos años y ¡ ¡ que viva!!

  • ¡¡Qué viva!! - coreaban todos los acompañantes. - Y se portará.

Se disparaba un cohete y la música de la entradilla seguía hasta rematar la intervención.

El homenajeado o saludado salía a corresponder al saludo, ofrecía a los mozos, músicos y acompañamiento unas pastas, galletas, dulces con su correspondiente copa de anís o moscatel, así como la correspondiente propina que los mozos recogían para incrementar los fondos para sufragar los gastos de la fiesta, sobre todo la de los músicos que era el mayor gasto de ellas.

Continuaba el pasacalle, acudiendo a casa de la siguiente autoridad o personaje importante a "echar otra entradilla" y así se recorría el pueblo con la alegría mañanera que muchas veces delataba el sueño y el cansancio de la noche anterior.

Esta costumbre estuvo en vigor hasta los años finales de la década de 1950 en los que decayó la Sociedad de los mozos, ya porque muchos se casaron, ya porque por aquellos años hubo una gran emigración desde el pueblo a otras zonas industriales y los que emigraron fundamentalmente fueron los mozos. Hubo unos años en los que no se contrató ni música de Poza o Briviesca, como se había hecho tradicionalmente, sino que se alquiló un tocadiscos que amenizaba las fiestas por medio de los altavoces. Fueron años de crisis económica y social en el pueblo. Una crisis que dio paso a otra época de progreso económico, pero de decadencia demográfica. Una crisis que pasó y tras ella vinieron años en los que comenzaron a regresar a pasar el verano, sus vacaciones o las fiestas, los que se habían ido por imperativos del trabajo y comenzó otra época, en la que ya no se ajustaban los clásicos gaiteros o músicos de Poza y Briviesca, entre los que se recuerdan a Marcos o Marcazos, Gaiterín, Ojo Remellao, Gorrión, Barrabás, etc., sino que se empezaron a traer al pueblo Grupos musicales muy bien equipados con instrumentos modernos, guitarras electrónicas, potentes altavoces y equipos, etc, que sólo tocaban una vez entrada la noche manteniendo el baile hasta altas horas de la madrugada, como se sigue haciendo hoy día, pero que ni tocaban la Marcha real en la misa, ni la típica marcha a la adoración de la reliquia, ni en la procesión, ni tocaban los pasacalles, ni las dianas, ni las "entradillas". Todo esto se perdió, se olvidó, se dejó de practicar en aras del progreso tecnológico.

Y hoy sólo quedan algunos recuerdos de aquella forma de celebrar las fiestas mayores.